El poncho tucumano se caracteriza por el color terroso y por guardas bordó. Estas características no son caprichosas, sino el producto de una larga investigación que realizó durante la década del 60 y comienzos de los 70 Leopoldo Guillermo Cúneo.
Cúneo, hablando con los lugareños en varios viajes que realizó a los Valles Calchaquíes, fue encontrando coincidencias en que el poncho que se usaba en estas tierras era de color “tirando a vicuña” y que tenía guardas bordó. Con sus estudios, hizo una presentación en la entonces Secretaría de Difusión y Turismo en 1972, que estaba a cargo de Miguel Angel Cosiansi. El poncho fue oficializado mediante resolución 2988/1 en 1975. El 15 de julio de ese año, en la V Feria Artesanal de Tucumán, el poncho fue presentado y bendecido por el padre Alfredo Posadas. Lo tenía puesto en esa ocasión Vicente Caro, quien fue presidente durante muchos años de la Agrupación Tradicionalista Gregorio Aráoz de La Madrid. Ese poncho bendecido es el que conservan los hijos de Leopoldo Cúneo.
El color predominante del poncho se debe a los materiales que tenían a mano los indígenas y los primeros criollos del territorio provincial: lanas de vicuñas, de llamas y de guanacos. El bordó, a su vez, está inspirado en la cerámica Quilmes y en el color principal de la tejeduría colonial, según las averiguaciones que hizo Leopoldo Cúneo.
A 29 años de aquella resolución, La Legislatura provincial sancionó una ley por la cual se instituyó el Día del Poncho Tucumán, cuya fecha, sin embargo, todavía no se estableció. En la misma norma se establecieron las características que tiene que tener el poncho y que son similares a las que propuso Cúneo.La ley dice que la prenda debe ser de color castaño y llevar, a los costados, una franja gruesa y otras dos finas de color bordó, al igual que el cuello y una franja fina que va alrededor de la prenda. Su origen se basó en la mezcla de marrones de las distintas variedades de animales de nuestros cerros, como: la Vicuña, el Guanaco, y la Llama, al que se le suma el color de la tierra, con la que los indios Quilmes hacían sus trabajos de alfarería consistentes en botijas y tinajas de barro cocido de regular tamaño, redondas y de cuello corto y angosto, las que eran adornadas con pinturas geométricas de color bordó. Estos tintes bordó los aborígenes los conseguían de los árboles propios de la zona. Pero, la industrialización del poncho jugó una mala pasada a las intenciones de los legisladores, ya que el castaño se convirtió en un “camel” y el bordó se transformó en “sangre de buey”.
Para la confección del poncho tucumano, en el siglo XIX, se utilizaba lana de las ovejas que se crían en los Valles Calchaquíes, según dejó escrito Leocadio Guillermo Cúneo en sus documentos.Para darle el color castaño o marrón tirando a vicuña se empleaba la cáscara del fruto del nogal (nuez) una vez que está seco y se hacía hervir con agua. El color bordó se producía con la raíz de socondo, una enredadera común de la zona. Se molía la raíz cuando estaba seca y luego se ponía a hervir. Después se colaba con un lienzo.El proceso de teñido era el siguiente: se dejaba la lana durante tres días en alumbre de castilla con agua fría. Se usaba dos puñados de alumbre para cinco kilogramos de lana.Completado ese ciclo, se pasaba la lana a un recipiente que contenía las tinturas (el agua teñida con la cáscara del fruto del nogal y el socondo colado). Se hacía hervir durante por lo menos media hora y se le agregaba vinagre para fijar el color.Actualmente en los Valles se sigue usando el teñido con vegetales, pero se prefiere las anilinas industriales si se logra el mismo color.